martes, 8 de abril de 2008

Mis amores (o como quiera que se llame este poema)


Tal día como hoy, hace 365 días, partió de esta vida mi padre, Luis Ernesto Urribarrí Ludovic, a quien cariñosamente llamábamos Mostro. A mi juicio, mi padre era un hombre con muchos talentos: escribía, pintaba y esculpía de manera empírica. Nunca lo hizo a manera de oficio, todo lo que realizó lo hizo por hacerlo y ya, tal vez para demostrarse a sí mismo que podía. Hoy, a un año de su muerte, en su honor voy a publicar este poema que adaptó hace no sé cuántos años ya (basado en un poema de la poetiza uruguaya Delmira Agustini) y que refleja su inmortal pasión por su primer amor, ese que conoció a los 18 años de edad, en Portsmouth, Inglaterra, cuando mi padre cumplía con el Servicio Militar en la Armada Venezolana.

A la memoria de mi padre.


Mis amores ¿dónde están?
¿Qué se han hecho?
Hoy han vuelto,
por todos los caminos de la noche
han venido a llorar a mi lecho.

¡Oh, Dios, fueron tantas,

son tantas!

Yo no sé cuáles viven,

yo no sé cuál ha muerto.
Me lloraré yo mismo
para así llorarlas todas.

La noche se bebe el llanto,

el llanto de mis ojos.

Veo cabezas...

doradas al sol como maduras
hay cabezas tocadas de sombras y de misterios,
cabezas coronadas de espinas invisibles,
cabezas que quisieran descansar en el cielo,
algunas que no alcanzan a oler la primavera
y muchas que trascienden las flores del invierno.

Todas las cabezas me duelen como llagas,

me duelen como muertos.

¡Ah!... Y los ojos,

esos me duelen más porque son dobles:
verdes, grises, azules;
y tus ojos negros que abrasan y fulguran,
son amor, caricia, dolor,
constelación e infierno.

Sobre todo tu luz,

sobre todas las llamas se iluminó mi alma
y se templó mi cuerpo.

Ellos me dieron sed de todas esas bocas,

de todas esas bocas que florecen en mi lecho;
senos blancos, pálidos
y el moreno tuyo de miel y de amargura,
con lises de armonía como rosas en silencio;
y todos esos vasos donde me bebí sus vidas,
de todos esos vasos donde la muerte bebo.

En el jardín de tus labios

venenosos y embriagantes
en donde respiraban sus almas y sus cuerpos,
respiraba el mío.

Humedecido en lágrimas

he rodeado mi lecho.

Y esas manos,

esas manos colmadas
de destinos y secretos,
con dedos alhajados de anillos,
de misterios.

Carol,

tus manos que nacieron
con guantes de caricias
colmadas con ardor de tus dedos,
y tus dedos diez puñales
clavados en mi espalda
arrancándome la vida.

Imanes de mis brazos

puñales de mi entraña.

Como invisible abismo

se inclinan en mi lecho.

¡Ah!... Pero en todas esas manos

yo he buscado tus manos,
tus labios entre los labios,
tu cuerpo entre los cuerpos;
de todos esos ojos
sólo tus ojos quiero,
tu larga cabellera
volver a tocar quiero.

Tu eres la más triste

por ser la más querida,
tu fuiste la primera
y eres la que está más lejos.

¡Ah!... Tu cabello castaño y largo

que tanto acaricié,
y tus pupilas claras
que tanto tiempo miré,
tus ardientes senos,
tu color tostado
y tu cuerpo rozagante
como palmera hindú.

Ven a mí: mente a mente,

ven a mí: cuerpo a cuerpo.

Tu me dirás qué he hecho

con tu primer suspiro,
tu me dirás qué he hecho
del sueño de aquel beso.

Dime si lloraste

cuando sola te dejé.

Tu dime si ya has muerto.

Si has muerto, mi pena enlutará mi alcoba
lentamente;
y estrecharé tu sombra hasta apagar mi cuerpo
y quedaré en silencio ahondando de tinieblas,
y en las tinieblas, ahondando de silencio.

Me velará llorando,

llorando hasta morir,
pero nuestra hija,
fruto de nuestro amor,
quedará en el recuerdo.