lunes, 20 de octubre de 2008

VBG-543

Empezaré por el principio. La primera vez que me enamoré corría el año 1988. Sólo tenía 15 años, o al menos esa fue la cuenta que saqué segundos antes de escribir estas líneas. Debe ser así, porque aún usaba camiseta celeste, estudiaba tercer año de bachillerato en el Liceo Rafael María Baralt, allá en mi Maracaibo natal. Me flechó una chica que, un día de tantos, vi acercarse a la parada donde tomaba el transporte público que me llevaba al liceo. Es (todavía existe) una parada de esas donde se estacionan varios “carritos” a esperar que lleguen cinco pasajeros para iniciar la ruta, sin horario, la única regla es que hayan cinco pasajeros.

Habíamos cuatro, yo estaba en el asiento delantero y los tres puestos de atrás estaban completos, es decir, faltaba sólo un pasajero. Eran, quizás, las 6:30 de la mañana. Vi cuando esa chica caminaba a la parada y ¡ZAZ! Me cautivó. En serio que la cosa fue mágica, así como se la pintan a uno en las telenovelas baratas. La vi y tragué grueso, el corazón se me aceleró y sentí como que el rostro se me acalambraba. Suena exagerado, pero así fue, exactamente.

Caminaba acompañada de otra muchacha tan linda como ella, mayor que ella, cuenta que se saca fácil cuando notas que una (mi amor) vestía franela celeste y la otra (quien resultó ser su hermana) llevaba una chemise beige. Más subieron mis pulsaciones cuando noté que se dirigían a la parada, o, lo que es lo mismo, necesitaban tomar el mismo “carrito”. ¡Uff!! Le rogué a Dios que se subieran al transporte donde yo iba, pero había un problema: sólo quedaba un puesto. Dadas las circunstancias, mi ruego pasó del Todopoderoso hacia el chofer, para que las dejara montarse y compartir el estrecho espacio que quedaba en el carro.

Así fue. Hoy, 20 años después, recuerdo claramente aquella sensación de obnubilado y atontado que sentí durante poco más de cinco minutos: su aroma de recién bañada y perfumada, el roce accidental de su piel trigueña, el color de su cabello, muy oscuro, muy corto, recto a nivel de las orejas y la base estaba cortada en degradé. Era un corte de cabello que estaba de moda, por una telenovela llamada Niña Bonita (Rudy Rodríguez). También recuerdo la sonrisa de complicidad que compartía con su hermana.

Fue un flechazo fuerte, emocionante, estremecedor. Al bajarnos en nuestro destino las seguí a ver si iban al mismo centro educativo que yo, puesto que junto a mi liceo quedaba otro. Quería comprobar dónde estudiaban. Pues entraron al Baralt, otro centellazo. Casi saltando entré al salón de clases y les conté a mis más cercanos compañeros lo que me acababa de suceder, la describí a ella y a su hermana y me dispuse a encontrarla. No fue fácil, en un liceo con una matrícula cercana a los 2.000 alumnos. De hecho, no la encontré a ella primero, sino a su hermana, un par de días después de recorrer sin éxito una sabana de aulas y laboratorios. Fue casualidad, digo yo, cuando fui a los salones del 4to año a visitar a un amigo y allí estaba ella, la hermana, linda, con una cola sosteniendo su cabellera, teñida de castaño claro y un montón de cositas de metal en los dientes.

Me quedé pasmado unos segundos y le pregunté a Juan Carlos Zambrano (mi amigo) por la muchacha: “Se llama Marielkis”, dijo sin inmutarse, así, tal cual como él es: inmutable, parco. Le conté mi historia “telenovelesca” y me dijo que me ayudaría. Después de eso la ubiqué más rápido. Su nombre es Mairene Betzy Ferrer Santos, estudiaba primer año de bachillerato, es decir que en ese entonces tendría 12 o 13 años, ¡y que bien distribuidos los tenía!

Desde ese día, cuando la vi a través de la puerta abierta del aula donde ella veía clases, prácticamente no me moví de ese lugar. Ni siquiera cuando, pocos días más tarde, sin habérmele acercado siquiera, supe que uno de mis mejores amigos, Nurvik Villalobos, ya le había tendido su infalible red y ella le había dado el sí. No había reclamo posible, yo sólo se la había descrito y él no sabía que se trataba de la misma muchacha. Mairene, mi primer amor y casi de inmediato mi primer desamor. Pero como en esa época el enamoramiento es del tipo “idealizado”, pensé en que, con tenerla cerca, verla, hablarle, para mí sería suficiente. Un “enamoramiento pendejo”, diría mi papá, pero bueno, así pensé en ese instante.

Pues hice lo que tenía que hacer para poder estar cerca de ella sin “alumbrar” con mi presencia su noviazgo con Nurvik: ya que mis dos mejores amigos (Nurvik y Rubén Darío Barboza) tenían a sus chicas y se la pasaban “intercambiando amor” en cualquier balcón del liceo, pues me “empaté” con quien sería mi primera novia: Yamileth Villalobos, creo (disculpen si soy impreciso, pero ese es el nombre que recuerdo). Era una chiquilla preciosa, de piel blanca, cabello negro largo ondulado, nariz exageradamente perfilada, de muy baja estatura, de manos menudas y suaves. En realidad, una belleza de niña. Pues, y así, teniendo lo que necesitaba para “compartir balcones”, me dediqué a eso, a pasar mis horas libres con mis dos amigos y nuestras novias, de balcón en balcón. Eran horas y horas de besarnos, a veces pienso que a manera de competencia (a ver quién daba el beso más largo) o de experimentar y conocer un poco más de ese insólito e inexplicable universo de la mujer.

No voy a entrar en detalles, pero la primera vez que besé a Yamileth fue, además, la primera vez que besé a una chica. No sé por qué, siempre, desde esa época incluso, la gente que me conoce me adjudica capacidades que me ponen en una posición de superioridad ante el resto de mis similares. Cuestión de actitud, asumo. Y yo, sin haber besado nunca, era observado por mis amigos como todo un besador profesional, como si a los 15 años tuviera mundo suficiente como para haberme convertido en todo un Giacomo Girolamo Casanova. ¡Por Dios¡ Que ilusos.

Bueno, los días fueron pasando, los meses transcurriendo y yo era feliz relacionado con Yamileth y viendo de cerquita a Mairene, lo cual era mi objetivo. Pero como toda relación forzada, mi noviazgo con Yamileth se extinguió mientras la relación de Mairene y Nurvik se apagaba. Lo que no pasaba era mi embeleso por ella y justo después de que ellos terminaron le pedí que fuera mi novia. Me dijo que lo pensaría (terrible costumbre de las mujeres), que le diera tiempo para decidir. Desde entonces me “estacioné” frente a la puerta de su salón, en pleno pasillo principal del liceo, y prácticamente más nunca me moví, sino para irme a casa cuando el timbre sonaba. Al más puro estilo de la famosa escena de Cinema Paradiso, la miraba desde afuera del salón mientras ella veía sus clases, la acompañaba a donde fuera hasta que su papá las iba a buscar, a ella y a su hermana. El señor tenía un Chevrolet-Malibú de color blanco, cuyas matrículas eran VBG-543.

Al día siguiente era lo mismo, llegaba en la mañana y me “apostaba” frente a ese salón. Poco después Mairene me dio el sí “pero con condiciones”, las cuales nunca me expresó. Fue una relación bastante corta pero muy linda, infantil, definitivamente infantil. Ella vivía relativamente cerca de mi casa y recuerdo que un par de veces fui hasta su puerta. Debo confesar que yo le tenía un pánico terrible al papá de Mairene, el señor Melquisidé Ferrer.

El tiempo pasó, la relación se diluyó, yo raspé el año por no entrar a mis clases por velarla a ella y tuve que irme del Rafael María Baralt porque en ese liceo no aceptan alumnos repitientes. Así me fue de la vida mi primer amor, Mairene Betzy Ferrer Santos, de quien guardo el más hermoso recuerdo y a quien, aún hoy día, quiero mucho, aunque sé casi nada de ella. La recuerdo bonito, con un cariño extremo, como si todavía estuviera enamorado de ella. Nunca me sentí mal por la ruptura, al contrario, siempre la he recordado como la primera mujer a quien amé, y con quien descubrí que cuando amo soy capaz de hacer lo que sea por esa persona, me entrego al 100%. Mairene, mi primer amor, mi primer gran recuerdo de vida.

8 comentarios:

Daam37 dijo...

(Y)

A1!

Bonitos recuerdos que guarda el pasado.

Qué entrada tan sincera.

Visita mi blog: desdeelpatiodemicasa.wordpress.com

Anónimo dijo...

Hermosa manera de recordar a su primer amor. Ojala q ami tambien me recordaran asi.
besos y saludos le deja
catyk

Profana dijo...

Claro que recuerdo tu crónica... 24 bloggero is back!

Es lindo recordar al primer amor, los movimientos raros que éramos capaces de intentar (la candidez siempre se agradece) por conseguirlo y el extraño torbellino de mariposas en la panza y el sudor constante en las manos ante sólo el sonido de su nombre.

y también, de admirarse tu memoria, eh!

hoy hacen falta más besos en el balcón... es una de las actividades que los humanos no deberíamos dejar!

saludos

Unknown dijo...

Papi te iba a matar por raspar el año por amores pendejos jajajaja.

Te sacaron de un gallinero para meterte en otro.

Yo tambien tengo recuerdos asi y casualmente del mismo liceo pero eso sera para cuando mi mente me impulse a escribir sobre ellas.

Me gusto esto porque me traslade.

Te amo

Chapellina dijo...

Miren, pues, a el prof. apasionado ;-)

Bonito relato, bonitos recuerdos.
¡BeSos!

Anónimo dijo...

Amigo, abrió su diario peersonal... Claro que me recuerdo de esa etapa de su vida... Un abrazo...

Anónimo dijo...

Felicitaciones por tu blog. Mijo, yo no me acuerdo de la tal Marielkis, debe ser porque yo no era el enamorado, de todas formas es bueno recordar esa época. Saludos...

Fer dijo...

Más envolvente no podria ser esta lectura, excelente entrada, llego a este blog por medio de un amigo y debo felicitarlo de verdad te expresas muy bien. Saludos.