viernes, 10 de enero de 2014

Laura "Desire" (Comillas, por ser una palabra en inglés)

El deseo tiene forma de mujer,
tiene tus formas.
Y se convierte en ganas de adentrarme
en la anchura de tus caderas,
y dejarme atrapar.
De rellenar con besos
los hoyuelos de tu sonrisa,
jugar con las múltiples aptitudes
de tu cabello, y arroparme con él.
Untarte de mí tu atezada piel,
triscar en tu pecho
y fotografiarte mientras duermes,
exhausta, abstraída por el abatimiento
que produce en amar

domingo, 10 de julio de 2011

Ojos diablos

Cuando abrí el correo electrónico que Víctor me envió, el corazón casi se me sale del pecho del susto. Cuando logré controlar la ansiedad, los latidos fueron bajando, pero no de intensidad, sino hacia esa parte de mi cuerpo situada debajo de mi cintura, entre mis piernas.

Mientras más las miraba, más me convencía de que eran una obra de arte. Ese hombre hizo conmigo arte. Eran las fotos mías más hermosas que jamás haya imaginado, y menos habría pensado permitir que me las hicieran en pleno acto sexual. Mirarme a mí misma en esas poses, con su aparatote en mi boca, los contornos de mis pechos, mis pezones erectos a reventar y la mirada perdida en lo más hondo del placer carnal me encendía y me obligaba a rememorar cada segundo de ese momento que no temo describir como el mejor de mi vida.

Ocurrió hace un par de semanas. Él llegó al instituto como invitado a dictar una charla. Todas las que estuvimos ahí estábamos de acuerdo en que Víctor está buenísimo. Es un hombre maduro, inteligente, con un poder de palabra que para los pelos de punta. Sabe de lo que habla, domina el tema y su capacidad de oratoria es genial. Nos hizo vibrar a todas. Y cuando digo a todas, es porque ninguna en el salón se ahorró un comentario cuando ese hombre salió del aula. Esa mañana, la visita de Víctor fue el tema de todas en el instituto. Que si su mirada profunda, que la sonrisa pícara o la forma cómo nos hablaba. Todas queríamos que nos preguntara algo o nos tomara de ejemplo de su explicación. Pero lo que más se comentó fue el poder evidente que se ocultaba detrás del cierre del pantalón. Se veía inmenso, bestial.

Al terminar la mañana, él se fue a discutir cosas con los profesores mientras todas nos íbamos a nuestras casas. Papá no me fue a buscar, me escribió un SMS excusándose y me ordenó que tomara un taxi. Yo no le hice caso. Le respondí que caminaría a casa de Julieta, quien vive cerca del instituto, y eso hice.

Cuando llevaba poco tiempo caminando, sentí que un carro se me acercó por detrás. Ya me iba a voltear para mandarlo al carajo cuando noté que era él. Me quedé paralizada, como helada. Me ofreció llevarme y, no sé por qué, pero aunque por dentro estaba loca por aceptar, dije que no. Él sonrió, sólo eso, y yo –cual corderito- me subí a su impecable vehículo y me quedé muda. Víctor no dijo nada, sólo nos miramos y volvió a sonreír con picardía. Sólo su mirada fue suficiente, no pronunció palabra y yo ya sabía lo que venía después. Se bajó el cierre y sacó su asombroso miembro. Yo supe qué hacer y se lo chupé como si fuera lo último que haría en la vida, mientras él me condujo a un lindo apartamento, casi sin muebles: sólo un par de “poof” una cama, un equipo de sonido espectacular y un ventanal inmenso.

Yo estaba tan nerviosa que me puse a bailar para que no se me notara la tembladera. Él sólo me miraba. Me dio un poco de vino, me dijo que era muy caro. No me gustó el sabor, pero no arrugué la cara y seguí con mi baile mientras él, recostado en su cama, me observaba. –Quítate la camisa- me ordenó. Yo tragué grueso, pero cumplí la exigencia mientras seguía mi danza. Tomé otro poco de vino y noté cómo me hervía la sangre. –La falda- afirmó casi sin gesticular. Yo obedecí.

Luego me tomó con delicadeza de una mano y me atrajo a la cama. Fue muy tierno al recostarme y poco a poco se acercó a mis labios. Me dio un suave beso en los labios, momento que yo aproveché para introducir mi lengua en su boca, algo que deseaba desde el primer momento que lo vi. Él me correspondió mientras acariciaba mi cuerpo como si sus dedos fueran pinceles y yo un lienzo. Mientras con una mano exploraba mi coño por encima de la tanguita, con la otra desabrochó mi brasier. Mis pezones parecían puñales. Cada parte del cuerpo que Víctor me tocaba, se me helaba. Eran corrientazos cortos que me sacudían y me obligaban a gemir. Cuando pasó su lengua por mis senos, creí que moriría del placer. Era todo tan divino: cuando besaba mi abdomen o acariciaba mis nalgas, cuando pasaba la legua en círculos alrededor de mi ombligo, cundo sus dedos rozaban los bordes de mis hoyitos o los cañones de su barba raspaban la cara interna de mis muslos.

No sé cómo ni cuándo ese hombre estaba todo desnudo y yo sólo llevaba puesta mi tanga blanca, bañada en el mar de mí misma. Estaba tan húmeda, tan caliente. Sentía que mi coño estaba hinchado y que mi clítoris iba a salir disparado. Me cuesta describir lo que me hizo sentir cuando, con su boca, estimuló mi entrepierna: me comió la panocha y todo su vecindario. ¡Dios! Que divino fue sentir el fuego de su lengua allí abajo mientras metía y sacaba dos dedos a un ritmo perfecto. Me corrí casi de inmediato en medio de gritos de placer, él sólo me observaba, me estudiaba.

Luego sacó la cámara fotográfica y comenzó la “sesión” mientras se lo chupaba -desde la parte trasera de sus bolas hasta la cabeza-. Grande, muy grande. No me había penetrado y ya imaginaba yo que no se me haría fácil. Se acostó sobre su espalda y me indicó que me encargara yo de hacer el resto. Me senté sobre él y besé su pecho, su cuello. Tomé firmemente su falo y me lo puse en la entrada de la vagina. Lo restregué unos segundos y lentamente me dejé caer. Cada milímetro que entraba aumentaba el volumen de mi grito, hasta que entró todo. Todo.

Mientras me meneaba encima, él me fotografiaba… y yo posaba. Me sentía sexy, me sentía hembra, me sentía como una “porno star”. Me volví a correr, esta vez en un orgasmo más largo e intenso. Él soltó la cámara y me tomó por la cintura para emprender una arremetida colosal. Entró y salió duro y parejo. Yo sentía que iba a perder el conocimiento de tanto placer. Dolía, pero me encantaba. Verlo a los ojos diablos me erizaba. Por primera vez estaba yo tirando con un hombre de verdad. Es más, por primera vez estaba yo realmente tirando. Todo lo anterior a esto no vale nada.

Víctor acabó con firmeza, entre sacudidas intermitentes de su palote dentro de mí. En mi mente agradecí que llegara, porque estaba a punto de morir en medio de su arremetida sexual. Me desvanecí entre sus brazos y me quedé dormida unos instantes que él aprovechó para seguir fotografiándome. Al despertar, él ya no estaba. Me dejó una nota en la que me pedía que cerrara la puerta al salir. Fui al baño a orinar y a tomar una ducha y ahí vi la evidencia del placer masculino: el condón estaba lleno de su semen. Me sentí grandiosa, porque toda esa leche se debía a mí, me lo debía a mí.

Ahora aquí, frente a mi computador viendo las fotos que me tomó, pienso y me pregunto si se repetirá. Creo que no. Ojalá que sí.

jueves, 18 de noviembre de 2010

“Bienvenida, licenciada”

Adriana sabía que José Luis quería con ella desde que la conoció, el día cuando el jefe la paseó por la oficina principal de la agencia para presentársela a todo el personal. A ella también le gustó él. Se le notó en la mirada, en sus exóticos ojos oscuros con esa forma que dan la sensación de que siempre están tristes.

- Ella es Adriana Bravo, la nueva jefa de Diseño Gráfico-, dijo el gerente.

- Bienvenida, licenciada. Un verdadero placer conocerla. Soy José Luis Urdaneta, Editor de Redacción Creativa.

Él extendió la mano y tomó la de ella, dándole un apretón firme que la mujer respondió con seguridad. Los breves segundos que transcurrieron mientras se miraron fijamente, fueron como la llave que abrió una puerta que, pocos días después, los llevó a las profundidades más oscuras de la lujuria.

Durante la jornada laboral conversaron, se pusieron al día en cuanto al funcionamiento de la agencia y las expectativas profesionales del equipo de trabajo. Entre una cosa y otra se comentaron detalles de la vida personal de cada uno, entre las cuales José Luis halló la perfecta excusa para estar un rato a solas con ella.

- Es que como soy nueva en la ciudad, no he traído desde Caracas mi camioneta. Tengo el apartamento hecho un desastre, ni siquiera he desempacado la mudanza-, comentó.

- Pues cuenta con mi ayuda, y por lo del transporte no te preocupes, Adriana, yo desde hoy puedo darte la cola hasta que traigas tu vehículo-, se ofreció él, sin permitirle negarse de ninguna manera.

La noche de ese día, salieron juntos de la agencia y cenaron camino al piso de ella. José Luis sólo charló, comió y la dejó en la puerta del edificio, como todo el caballero que es, con la promesa de ayudarla a desempacar dos días después, el sábado, día que, además, escogieron para que él la llevara a conocer la playa.

Pero el viaje al mar nunca se dio. Desde el mismo momento en que José Luis atravesó el umbral de la puerta, entre él y Adriana todo cambió. Atrás quedaron las palabras escogidas, las distancias verbales, las falsas ganas de ser políticamente correctos y la norma empresarial de prohibición de relaciones entre los empleados. Mientras abrían cajas y acomodaban adornos, muebles, libros y gavetas, las voces se tornaron más profundas, las frases más directas y el doble sentido dejó de serlo.

El juego de seducción los sorprendió en medio de temas de Buddha Bar, incienso y tragos de Smirnoff Ice. Ella no dejaba de mirarle el “paquete” a José Luis, abultado de tanto desear el paso siguiente y por el efecto del estimulante aroma de la piel de Adriana. Ella se fue a su habitación y regresó vestida con una delicada bata de seda, estampada con figuras asiáticas. A él, el pecho le latía como estampida de animales, al observar aquella bella mujer, con roja cabellera y piel exageradamente blanca. Se le acercó por la espalda y, mientras con un brazo la estrechó contra su cuerpo, con la otra le apartó el pelo para besarle la nuca. Allí descubrió una espalda y unos hombros salpicados de doradas pecas y la ausencia del sostén.

José Luis la giró tomándola por la cintura, dejó caer sus manos sobre los firmes glúteos de Adriana y acercó su rostro a milímetros del de ella, esperando a ver cuál de los dos sucumbía primero al deseo de enredar sus lenguas y mordisquearse los labios. Mientras arriba había una guerra de egos cara a cara, abajo las caderas de ambos se dejaban llevar por las notas de Une Table À Trois, momentos que ella aprovechó para explorar, al contacto con su bajo-vientre, la dureza de la erección de él.

- Se siente grande-, dijo Adriana con la voz entrecortada.

- Cuando quieras lo verificas-, respondió él con una sonrisa pícara en el rostro.

Las bocas se juntaron y la seda china se discurrió hasta caer al piso. Ella quedó plenamente desnuda, con los pezones erectos rozando el pecho de quien ahora se convirtió en su amante. Sin mucho protocolo le quitó la camisa y lamió las tetillas. Decidida a dirigir el concierto, se posó de rodillas sobre la alfombra y con decisión terminó de desvestirlo mientras él sólo se dejaba llevar.

La sospecha de Adriana era cierta: las dimensiones del falo de José Luis sobrepasaban sus conocimientos previos de anatomía masculina. Emocionada, comenzó a besarle los testículos, a lamerlos, chuparlos. Con una destreza sorprendente, pasaba la lengua desde la base hasta la cabeza, acariciaba sus labios con toda la longitud del hombre, mientras él se halló perdido en un mar de sensaciones genitales. Lo mejor vino poco después, cuando Adriana abrió la boca para chupar la pieza completa. Fue un juego de lengua, paladar, garganta y unas manos traviesas que pusieron a José Luis en su punto.

Hambriento, él la levantó y la cargó hasta la habitación, la posó sobre la cama, le separó las piernas y tras unos segundos de contemplarla desde los ojos hasta la perfecta depilación púbica, se dedicó a devolverle la maravillosa estimulación oral que ella le brindó. Enterró el rostro en la entrepierna de Adriana y le comió el coño hasta hacerla explotar en un primer orgasmo que la sacudió como descarga de alto voltaje. Pocos minutos pasaron cuando él fue por lo que ahora consideraba suyo. Se subió sobre su amante y posó la punta de su palpitante pene en la entrada vaginal. Le advirtió que lo que vendría tendría de todo, menos marcha atrás, y se fue metiendo en ella poco a poco, hasta introducir los 21 centímetros de virilidad que la naturaleza le proporcionó.

Ella los recibió gustosa y en interminables zigzagueos de cadera consiguió su segundo orgasmo. Le pidió que le permitiera llevarlo al climax y él accedió. Lo acostó boca arriba, le separó las piernas y se dedicó a darle una mamada espectacular. No dejó nada por fuera: le comió el falo, los testículos y mucho más abajo serpenteó la lengua en el “patio” de José Luis, sin dejar de acariciarle el miembro. Él se dejó llevar ante tan entregado desempeño de Adriana, quien parecía querer comerse vivo a su compañero de trabajo. Y así, ella logró su objetivo. Llevó al hombre a punto de ebullición haciéndolo acabar dentro de la boca, sin dejar que se desperdiciara ni una gota de semen. Se lo tragó.

Amanecieron juntos dos días seguidos, aunque las cajas con la mudanza permanecían casi intactas. El lunes salieron del apartamento rumbo a la agencia. Llegaron por separado.

-Buenos días, licenciada, ¿cómo estuvo su fin de semana?, preguntó José Luis.

-Buen día, colega. Todo muy bien, gracias. ¿Y usted?

jueves, 21 de enero de 2010

Ser o no ser

El “semiadiós” fue inminente, como inminentes serán nuestros reencuentros entre sábanas, las azules, las celestes, las beige… o la cama sin vestido, revuelta y húmeda de sudor y savia de nuestros sexos. Las tardes de ducha sin mojarte el cabello, las noches de intentar ser el complemento, el desahogo del ardor de cuerpos ávidos. No hay amor, o al menos no ese idealizado, pendejo, irracional. Eso espero. No estaba ni estará en los planes. “Esto es carne”, te repetía de vez en cuando, cada vez que te miraba confundida, queriendo ganar terreno. Pero el muro está en pie como el de la frontera de Gaza.
Para lo que no hay freno es para la piel, y menos para la tuya, mujer de cuerpo delgadísimo, estilado. Para tu cabellera despeinada y tu suave lengua, para tus gritos hondos de placer cuando tu entrepierna recibe sin inhibiciones la dureza de mi miembro, ese que lames como con ingenua ternura, pero luego devoras con el coño como si fuera el último polvo de tu vida. Esa fuerza me gusta, me excita recordarlo.

“Flaca”, te gusta que te llame, y así te digo desde que te conocí e intenté seducirte casi de inmediato, pero no estabas interesada. No me importó. “Lo que es del cura va para la iglesia”, pensé y aguardé. El tiempo me dio la razón y cuando menos te lo esperabas te oí gemir extasiada por la llegada de un orgasmo provocado por el vaivén de mis caderas, por el bombeo de mi virilidad, por el roce de mi verga en el punto exacto dentro de tu coño. Te escuché susurrar mi nombre con la voz entrecortada –no sabías si llorar o reír- y te vi quedarte dormida sobre mi pecho. Lo hicimos muchas veces más. No las conté, pero fueron bastantes y buenas.


“Ser o no ser, he ahí el dilema”, escribió William Shakespeare en su obra Hamlet. Célebre frase, sin duda. Pero, sin pretender mejorar la sabiduría del autor inglés, creo que el verdadero conflicto está en “Ser o pretender ser”. Yo no pretendo ser más de lo que soy ni dar mucho más de lo que doy. Esa es mi oferta. Yo soy. Y eso no me hace diferente. Lo distinto es que lo digo de entrada. Sé que la sensatez, aunque es muy solicitada, no es fácil de digerir cuando choca de frente, cuando piden la verdad esperando que les mientan.


Compartimos muchos gustos: la música, la literatura, la poesía. También nos fascina el sexo y juntos lo hacemos muy bien ¿Verdad? A ti, me has dicho, te complace la longitud de mi hombría y mi dominio de la herramienta. A mí me atrae, te he dicho, la forma como administras las escasas curvas de tu cuerpo para lucir como la musa de un escultor. Y yo, cual niño tremendo que ve algo bello y lo quiere marcar como propio, disfruto derramando sobre tu figura la humedad de mi clímax.


Por eso, después del “semiadiós”, esperaré cuanto sea necesario para volver a sentir y hacerte sentir, “flaca”. Ya sabes que aquí no hay amor idealizado, pendejo o irracional. Esto es carne. ¡Esto es carne! Esa es mi oferta.

jueves, 1 de octubre de 2009

Me gusta mirar

Me gusta mirar, lo confieso. Rezaré todos los Padre Nuestro y las Ave María que hagan falta para exculpar mi alma, pero me declaro incompetente de dejar de observar. ¡Pero cuidado! No soy un mirón, no. Soy un Crítico Admirador de la Belleza Femenina.

Esa es la definición de mi condición. Muchos han querido etiquetarme de “buzo”, pero están equivocados. Yo sólo miro, o mejor, admiro. No comento ni digo nada. Sólo observo y me guardo lo que pienso, lo que siento. ¿Que si me excito? ¡Claro, por Dios!

Justamente ayer miraba a una pareja joven, adolescentes, que se besaban ávidos. Mordisqueaban sus bocas cuales ratones hambrientos alrededor de una hogaza de pan duro. Torpes. Pero esa misma inexperiencia es la que justamente me estimula.


Hace poco me deleité fisgoneando a una vecina, muy joven, como de 23 años. Ella estaba tendiendo ropa en la azotea mientras yo, allí mismo, arreglaba una mesita de noche. Cuando la chica alzaba los brazos para poner los trapos mojados en el tendedero, se le escapaba por la ancha manga sisa de su bata el blanco y tierno perfil de sus pechos, y si me fijaba bien, en oportunidades lograba notar el precioso arco areolar de sus pezones erectos por el roce de la tela húmeda. Así de detallista soy, y a veces aún más.

Pero reitero: No soy un mirón. Sólo me entretengo observando la belleza… Sí, lo dije, me excita, pero eso no me hace un mirón, sino un Crítico Admirador de la Belleza Femenina, sensible a los estímulos visuales. ¿Cuál es la diferencia? Pues muy fácil. Yo sólo miro cuando los hechos ocurren a mi alrededor. Un mirón buscará, así sea de manera forzada, mirar a su “objetivo”. Yo aprovecho las circunstancias. Un mirón es un cazador, un depredador que sólo se excita mirando. Yo me excito mirando y tocando, y besando también. No tengo limitaciones para ello. ¿Ven que no soy un mirón?

Hace un par de días comía en un restaurante de comida rápida, uno de esos gringos. Había un grupo de chicas haciendo alboroto, jugando con la comida, llamando la atención. Vestían lindas ropas modernas y todas llevaban bolsos y cuadernos. Estudiantes universitarias, pensé. Pícaras. Una de ellas, largo cabello castaño claro, lacio; ojos marrón claro delineados con creyón café oscuro; pestañas enmascaradas; suave base en la piel del rostro y delicado rubor. Usaba jeans azul, “brasileños” les dicen, cuya pretina difícilmente ocultaba su bajo vientre y dejaba escapar los huesitos de las caderas. Dejaban, además, admirar esa alucinante hendija que está donde la espalda pierde su nombre. Sobre sus tetas 34B, calculo, una franelilla blanca de delgados tiros, tan corta que no ocultaban su ombligo. Dios, Señor de los cielos: ¿Hay algo en Tu creación más hermoso que un tierno ombligo femenino? Se me ocurren algunas cosas igual de divinas, pero eso no viene al caso.

Pues la chica en cuestión se sentaba, se paraba, desfilaba sus curvas y pechos por mis narices mientras yo comía las papas fritas una por una, como para que nunca se acabaran y no tuviera que marcharme de allí. Estaba tan cerca de mi mesa que pude percibir el olor de su piel, suave. Olía a cuerpo limpio, fresco. Llevaba un perfume muy delicado, pero más allá de eso, yo sentí la fragancia de su piel. Era un olor parecido al caramelo. Sus manos delgaditas y muy bien cuidadas: uñas pulidas, no muy largas, no muy cortas. En las muñecas llevaba un reloj, en la derecha, y muchas pulseras, coloridas, artesanales, en la izquierda. Los pies no eran menos apasionantes que las manos. Pequeños, algo así como talla 36, con las uñas igualmente pulidas, con sandalias de color blanco y dorado.

Deliré imaginando su cuerpo desnudo sobre mis sábanas, dejándose hacer uno de mis masajes súper relajantes, con aceites, velas y Buda Bar de fondo. Mis manos tibias recorriendo sus piernas desde los tobillos hasta los muslos: apretar, acariciar, apretar, acariciar… sin quitar la vista de la redondez de sus nalgas, del secreto que guardan entre ellas. Luego seguir subiendo la terapia hasta los glúteos. Presión, compresión, presión, compresión… Caricias circulares desde el centro de esas exuberantes piezas de carne de mujer hacia las caderas, y seguir subiendo hasta la parte baja de la espalda. Lumbar. Ir y venir, esa es la tarea. Enterrar mis dedos en su piel, buscando los puntos tensos y distenderlos. Cada punto de la espalda hasta los hombros debe arder de placer con la fricción de mis manos. Luego los brazos. Y lo mejor: pedirle que se acueste boca arriba para continuar el masaje, repetir todos los movimientos desde el principio. Tobillos, muslos, caderas (sin dejar de mirar su entrepierna). Abdomen y pechos. ¿Será que alguna mujer puede asegurar que ha sentido un masaje mejor que uno bien logrado en las tetas? Se me ocurres varias partes sensibles, pero tampoco vienen al caso.

Ya para ese momento la chica está tan excitada por mi masaje que no se aguanta y se aferra a mi falo, que palpita bajo mi ropa desesperado por entrar en ella. Y ella me premia con una mamada profunda, hasta donde pueda meter ese trozo de mí en su garganta. Acaricia mis testículos con una mano mientras con la otra estimula su coño, preparándolo para el encuentro… Pero cuando todo parece funcionar, la chica se va del restaurante con sus amigas, y yo me quedo allí, masticando mi último bocado de hamburguesa. Inhalando. Exhalando. Trago de Coca Cola. Garganta bloqueada.

Definitivamente me gusta mirar. Pero ¡ojo! No soy un mirón, sino un Crítico Admirador de la Belleza Femenina.

sábado, 25 de julio de 2009

A dos bocas

Advertencia: El siguiente es un relato erótico. Su contenido podría ser ofensivo para algunas audiencias, por lo cual, si se siente sensible a este tipo de vocabulario y recursos literarios, le invito a dejar de leer.

Atte: El Cantinero


Aún tenía puesto su traje cuando el timbre sonó. Recién llegaba de la oficina. Ese día, Iván se puso su mejor corbata porque cumplía años. Comenzó a quitarse el saco mientras caminaba, aburrido, hacia la puerta de su apartamento: un estudio de un solo ambiente, bien organizado y lo suficientemente cómodo para vivir a sus anchas. Al entrar se podía apreciar la mesa de trabajo, llena de planos, lápices, regla T y escuadras. Nunca estaba realmente organizada, pero, para él, el orden se suscribía sólo a su apariencia personal. Lo demás no era necesario. El timbre volvió a sonar, Iván aflojó el nudo de la corbata sin sospechar que Giovanna, su asistente y ex novia, estaba al otro lado de la puerta con un “regalo” realmente especial.
Tenían un pasado en común. Durante dos años fueron pareja, tiempo en el cual vivieron una relación extrema. Ella, hermosa descendiente de padre italiano y madre eslovaca, tenía el fenotipo que a él le encanta: alta, delgada, de piel blanca, manos refinadas, pechos 34B sobre un torso afilado, como su perfil. Si hay algo que a Iván le gusta de su ex es la nariz, perfectamente recta. Ella cuenta con una belleza exótica. Ojos de verde profundo con una delgada línea negra que bordea el iris, cabello largo y negro, muy negro, tan negro y brillante como el carbón mineral. Tiene el cuerpo estilizado como el de las modelos, con unas nalgas increíblemente redondas y firmes. Es hermosa. Él abrió la puerta.
- Hola Iván –dijo ella con mirada de Porno Star- ¿Cómo piensas celebrar tu cumpleaños?
- Contigo, su… supongo. –Tartamudeó él-
- Sí, conmigo… y con ella –Sentenció Giovanna mientras halaba por el brazo a una hermosa rubia que parecía su propia versión, pero en castaño claro y con tetas 36C. –Te presento a mi prima Rebecca. – Dijo sonriendo mientras la otra mostraba una mirada fugaz, temerosa, como apenada, pero pícara.
Ambas vestían de gala. Rebecca, un par de años más joven que Gio. Ya era mucho desear. Se abalanzaron sobre el cuerpo trémulo de Iván, como vampiresas sedientas, no de sangre, sino de la saliva y semen.
Sólo hay algo más divino que una mamada: una mamada a dos bocas.

Y así, sin dejarlo reaccionar, Gio y Rebecca bajaron el zíper, soltaron el cinturón, el botón del pantalón y en cuestión de segundos se atragantaban con el rígido y palpitante falo de Iván.
- ¿Viste? No mentí al decirte que te ibas a sorprender con el tamaño de esta pieza única. –Afirmó Gio ante los ojos en redondel y la boca abierta, en gesto de asombro, en el rostro de Becca-.
Al principio Iván estaba algo confundido. No lo dejaron pronunciar palabra. A cada intento de decir algo le ponían los dedos en la boca con un imperativo “Shsssss”. Él se dejó llevar.
Las chicas comenzaron un juego oral insuperable. Mientras una estimulaba el glande, la otra succionaba fuerte los testículos, luego se intercambiaban la posición. Juntas lamían de arriba abajo, de adelante a atrás, de un lado al otro, toda la longitud -poco común- de Iván. Luego, como una coreografía ensayada hasta perfeccionarla, posaron sus bocas simétricamente en la parte más baja del falo y en sincronía lamían y chupaban desde el la base del tallo hasta el capullo. Más de una vez se encontraron sus labios y aprovecharon para darse profundos besos de lengua que incluían la rosada cabeza del miembro viril de Iván. Mientras hacían todo esto, nunca le dejaron de acariciar los muslos, las nalgas, el abdomen, el pecho. Él les devolvía el gesto tocando suavemente sus cabelleras, mejillas y la parte alta de sus espaldas.
Cuando estuvo a punto de ebullición, Iván les rogó que terminaran de desvestirse para penetrarlas. Ellas, complacidas con la propuesta, lo hicieron sin dejar de besarse y tocarse entre sí. En medio de un espectacular encuentro lésbico de orígenes europeos, Iván se quitó el resto de la ropa para quedar a merced de un par de coños perfectamente depilados y bondadosos pechos de erectos pezones rosados y areolas pequeñas.
Ellas no escatimaron esfuerzo para darle y darse placer. Gio, directora de la orquesta sexual, se recostó boca arriba sobre el sofá y le ordenó a Becca que se acostara sobre ella en posición de 69. Mientras se comían el coño mutuamente, le pidió a Iván que penetrara a su prima, que la enculara. Ella se encargaría de lo demás. Y así, él apoyó la punta del falo en el hoyo más estrecho de la rubia y la penetró delicado, mientras a la chica se le escapaban suspiros y gemidos de “dolor-placer”, al ritmo de la lengua de Giovanna girando cual torbellino sobre su rosado clítoris.
Iván entró y salió, empujó y jaló, estrelló sus caderas contra las de Becca. Giovanna intercambió “amor oral” y “digital” con su prima. La directora decidió que todos deberían acabar y como buena guía puso a su prima a punto, se preparó para su clímax y le pidió a Iván que eyaculara… en su boca. Fue una fórmula perfecta: cuando vio que el hombre comenzaba a encorvarse de placer, dio la orden a su prima para que juntas soltaran sus orgasmos contenidos. Único. Un polvo triple.
Iván sacó el falo del culo de Rebecca para derramar el semen a borbotones en la boca, abierta en medio de un gemido, de Giovanna. Ella compartió luego la recompensa con su compañera de aventuras en un profundo beso.
- ¿Te gustó el regalo? – Preguntó Giovanna conociendo la respuesta.
- Nunca había recibido algo tan especial y único. – Dijo él mientras terminaban la velada con un beso a tres bocas bajo el chorro de la ducha.
- Definitivamente es el mejor regalo de cumpleaños que he recibido en 36 años.

martes, 2 de junio de 2009

Al día siguiente

ADVERTENCIA: El siguiente es un relato erótico en el cual se utilizaron palabras y se recrearon situaciones que podrían ofender a ciertas audiencias. Si usted se considera mojigato y pacato, no siga leyendo; de lo contrario le invito a seguir con la lectura.

Atte: El Cantinero


Al día siguiente, ambos, cada cual por su lado, quiso culpar al alcohol. Pero la verdad es que los efectos etílicos ya se habían disipado cuando, a la mañana siguiente de la velada, Josefina y Luis decidieron echar otro polvo, un “mañanero”, como forma de repasar lo de la noche y la madrugada anterior, y no dejar dudas sobre el desempeño sexual de cada uno. Los dos sabían que aunque las sensaciones fueron “de otro planeta”, la borrachera les impidió acabar: ella no consiguió su orgasmo y a él se le durmió varias veces el miembro entre torpes intentos de ponerse el condón.

De lo que no había duda era del gusto mutuo, de las ganas que se tenían casi desde el mismo instante en que se vieron por primera vez.

- Uhmmm… ¿Y este papasito de dónde salió?- Pensó ella cuando lo vio entrar a la oficina del rector.

- ¡Uf! Que culo tiene esta mami, y que manos tan sensuales.- Meditó él luego de distinguirla entre un pequeño grupo de muchachas.


Lo demás vino casi por “causalidad”. Él vagaba por el Messenger buscando a alguien con quien ir al cumpleaños de Manolo, su amigo, cuando la encontró “No disponible” en un rincón de la ventana del mensajero.




Luis69 dice: Hola muñeca… xD

(L)JosefinitaLove(L) dice: Wow!!! Q agradable sorpresa. Bien y tu, lindo caballero ;)


De allí en adelante se adularon, se dijeron cosas indecibles en una primera charla, gracias a la impersonalidad del chat. ¡Oh, magia tecnológica que desinhibe corazones, porque no se miran a la cara mientras chatean! (Nota del autor).

Que “me gustaron tus manos”, que si “me encanta cómo te luce el candadito”, que “tu figura me estremece”, que “que locos estamos diciéndonos esto, si es la primera vez que “charlamos”… Así transcurrieron unos 40 minutos antes de que Luis le hiciera el disparo:

- Te paso buscando a tu casa en media hora- la invitó.

– Dame un poco más de tiempo, cariño, que debo inventar algo en mi casa y prepararme para nuestra primera cita.- respondió ella.


Y así comenzó todo. Hora y media más tarde estaban instalados, campaneando Whisky 12 años en un cómodo sofá, sin prestarle mayor atención al resto de los invitados ni al cumpleañero. Dos horas más transcurrieron y se les enredó el habla por el aturdimiento del escocés, por lo cual decidieron guardar sus lenguas donde no estorbaran: cada uno en la boca del otro.

Se escabulleron a una habitación y allí hicieron un primer intento, pero fueron interrumpidos cuando él dibujaba culebritas de saliva con su lengua por la cara interna de los muslos de ella, en franca travesía hacia un único destino. Frustrada la primera intentona, él decidió llevársela a su apartamento y rematar allí lo que ya no tenía vuelta atrás. Pero los excesos son definitivamente malos, sobre todo el del alcohol que todo lo tumba, desde un corsario vikingo hasta un pene ávido de zambullirse en las profundidades de un coño desconocido.

Entre intentos fracasados de penetraciones, él medio flácido y ella reseca, y unos condones a los cuales no les encontraban la forma de desenrollarlos, Luis y Josefina se durmieron creyendo haber pasado la mejor noche de su reciente historia.

Al amanecer ninguno quería abrir los ojos para no confirmar con la mirada lo que al roce de los cuerpos se sabía: durmieron juntos. Finalmente él dio los buenos días y como buen anfitrión ofreció preparar café, algo de desayunar. Ella le dijo que estaba apurada, que aquello no estaba bien, que si “el licor”, que “qué pensarás de mí”, y toda aquella parafernalia femenina que busca convencer a los hombres de lo que ya no hace falta. Él la calmó, le dijo que estaba “bien”, que sólo se dejaron “llevar”, que a él le había “encantado” y que le “gustaría repetirlo”. Josefina sonrió como quien se toma una foto a sí mismo en picado con el teléfono celular.

Se supo atractiva por palabras de Luis y entendió que esa era su oportunidad de desquitarse de un fulano que no le hacía ver lo que realmente valía. Él entendió el mensaje y no tardó en dejar caer la toalla que tapaba su verga, ahora sí, bien dura, y ella lo recompensó soltando la sábana con la cual ocultaba sus pechos. Fue allí cuando realmente se contemplaron como Dios manda.

Comenzaron con besos profundos, de lengua entera, de labios chupados con fuerza, de mordidas suaves y vertiginosas. Luis no perdía oportunidad de acariciarle las nalgas, esas que tanto lo deslumbraban, de pasar sus dedos entre esas dos redondas piezas de carne y estimularla mientras ella le devolvía el gesto estregando su coño, sentada sobre el falo ardiente de su amante. Ambos, sin decirlo ni proponerlo, querían gozarse mutuamente, quizás pensando en la posibilidad de que aquel encuentro no se repitiera.

Luis le chupó las tetas a dos tiempos: suave con la punta de la lengua y fuerte con la boca entera. Ella le acarició y besó el pecho a él, lamió sus tetillas y las mordió con picardía mientras bajaba poco a poco buscando hacerle una felación. Al llegar al miembro viril, lo agarró con una mano en la base, mientras con la otra sobaba los testículos. Lo miró con ansias y se lo tragó a mamadas profundas y fuertes. Desde su posición, Josefina miró a su amante a los ojos y no encontró su mirada, puesto que la sensación que con la boca ella le generaba, él perdió el control de su cuerpo.

¡Eso sí es una mamada de huevo! Susurró Luis entre dientes mientras Josefina metía ambos testículos en su boca y a la vez acariciaba su rostro con el falo húmedo. Se golpeaba los labios y la lengua con el “látigo”, lamía desde la cabeza a la base y de la base a la cabeza, usaba los dientes, la garganta, y no temía lamer en los más recónditos rincones de la entrepierna de Luis. Él no hizo menos y se destacó brindándole a su invitada un derroche de sus mejores técnicas para comerse un coño. Luis supo que logró su cometido cuando al mirarla a la cara notó que los ojos de Josefina estaban volteados y los gemidos retumbaban en paredes y ventanas.

No jugaron con tantas posiciones. A esas alturas del sexo sólo querían acabar. Ella se montó sobre el hombre hundiendo el falo endemoniado de Luis en su coño. Subió, bajó, avanzó, retrocedió, se estregó, se meneó; le clavó las uñas en el pecho, gimió, se sacudió… ¡Orgasmo! Él no pedió el tiempo y la volteó. “Ponte en cuatro”, exigió, y ella dócilmente asumió la posición. Al fin la tenía como quería, con su trasero explayado, digno paisaje de los dioses. La penetró sin miramientos, arrebatado por la lujuria. Entró y salió, adelante y atrás, se meneó, la acarició, le dio una nalgada que sonó como música de ángeles. A ella le gustó. La tomó por las caderas y arremetió con firmeza. “¿Te puedo acabar adentro?”, preguntó con voz entrecortada por la cercanía del orgasmo. “No, quiero que lo saques, quiero sentir que me acabas sobre el culo”, rogó ella. Sus deseos fueron órdenes. Luego ambos se desvanecieron, durmieron otra siesta y se despidieron.

Y aunque insistan en culpar al alcohol, Josefina y Luis saben muy bien que durante el polvo mañanero ya del licor sólo quedaba el recuerdo.