“Flaca”, te gusta que te llame, y así te digo desde que te conocí e intenté seducirte casi de inmediato, pero no estabas interesada. No me importó. “Lo que es del cura va para la iglesia”, pensé y aguardé. El tiempo me dio la razón y cuando menos te lo esperabas te oí gemir extasiada por la llegada de un orgasmo provocado por el vaivén de mis caderas, por el bombeo de mi virilidad, por el roce de mi verga en el punto exacto dentro de tu coño. Te escuché susurrar mi nombre con la voz entrecortada –no sabías si llorar o reír- y te vi quedarte dormida sobre mi pecho. Lo hicimos muchas veces más. No las conté, pero fueron bastantes y buenas.
“Ser o no ser, he ahí el dilema”, escribió William Shakespeare en su obra Hamlet. Célebre frase, sin duda. Pero, sin pretender mejorar la sabiduría del autor inglés, creo que el verdadero conflicto está en “Ser o pretender ser”. Yo no pretendo ser más de lo que soy ni dar mucho más de lo que doy. Esa es mi oferta. Yo soy. Y eso no me hace diferente. Lo distinto es que lo digo de entrada. Sé que la sensatez, aunque es muy solicitada, no es fácil de digerir cuando choca de frente, cuando piden la verdad esperando que les mientan.
Compartimos muchos gustos: la música, la literatura, la poesía. También nos fascina el sexo y juntos lo hacemos muy bien ¿Verdad? A ti, me has dicho, te complace la longitud de mi hombría y mi dominio de la herramienta. A mí me atrae, te he dicho, la forma como administras las escasas curvas de tu cuerpo para lucir como la musa de un escultor. Y yo, cual niño tremendo que ve algo bello y lo quiere marcar como propio, disfruto derramando sobre tu figura la humedad de mi clímax.
Por eso, después del “semiadiós”, esperaré cuanto sea necesario para volver a sentir y hacerte sentir, “flaca”. Ya sabes que aquí no hay amor idealizado, pendejo o irracional. Esto es carne. ¡Esto es carne! Esa es mi oferta.