martes, 2 de junio de 2009

Al día siguiente

ADVERTENCIA: El siguiente es un relato erótico en el cual se utilizaron palabras y se recrearon situaciones que podrían ofender a ciertas audiencias. Si usted se considera mojigato y pacato, no siga leyendo; de lo contrario le invito a seguir con la lectura.

Atte: El Cantinero


Al día siguiente, ambos, cada cual por su lado, quiso culpar al alcohol. Pero la verdad es que los efectos etílicos ya se habían disipado cuando, a la mañana siguiente de la velada, Josefina y Luis decidieron echar otro polvo, un “mañanero”, como forma de repasar lo de la noche y la madrugada anterior, y no dejar dudas sobre el desempeño sexual de cada uno. Los dos sabían que aunque las sensaciones fueron “de otro planeta”, la borrachera les impidió acabar: ella no consiguió su orgasmo y a él se le durmió varias veces el miembro entre torpes intentos de ponerse el condón.

De lo que no había duda era del gusto mutuo, de las ganas que se tenían casi desde el mismo instante en que se vieron por primera vez.

- Uhmmm… ¿Y este papasito de dónde salió?- Pensó ella cuando lo vio entrar a la oficina del rector.

- ¡Uf! Que culo tiene esta mami, y que manos tan sensuales.- Meditó él luego de distinguirla entre un pequeño grupo de muchachas.


Lo demás vino casi por “causalidad”. Él vagaba por el Messenger buscando a alguien con quien ir al cumpleaños de Manolo, su amigo, cuando la encontró “No disponible” en un rincón de la ventana del mensajero.




Luis69 dice: Hola muñeca… xD

(L)JosefinitaLove(L) dice: Wow!!! Q agradable sorpresa. Bien y tu, lindo caballero ;)


De allí en adelante se adularon, se dijeron cosas indecibles en una primera charla, gracias a la impersonalidad del chat. ¡Oh, magia tecnológica que desinhibe corazones, porque no se miran a la cara mientras chatean! (Nota del autor).

Que “me gustaron tus manos”, que si “me encanta cómo te luce el candadito”, que “tu figura me estremece”, que “que locos estamos diciéndonos esto, si es la primera vez que “charlamos”… Así transcurrieron unos 40 minutos antes de que Luis le hiciera el disparo:

- Te paso buscando a tu casa en media hora- la invitó.

– Dame un poco más de tiempo, cariño, que debo inventar algo en mi casa y prepararme para nuestra primera cita.- respondió ella.


Y así comenzó todo. Hora y media más tarde estaban instalados, campaneando Whisky 12 años en un cómodo sofá, sin prestarle mayor atención al resto de los invitados ni al cumpleañero. Dos horas más transcurrieron y se les enredó el habla por el aturdimiento del escocés, por lo cual decidieron guardar sus lenguas donde no estorbaran: cada uno en la boca del otro.

Se escabulleron a una habitación y allí hicieron un primer intento, pero fueron interrumpidos cuando él dibujaba culebritas de saliva con su lengua por la cara interna de los muslos de ella, en franca travesía hacia un único destino. Frustrada la primera intentona, él decidió llevársela a su apartamento y rematar allí lo que ya no tenía vuelta atrás. Pero los excesos son definitivamente malos, sobre todo el del alcohol que todo lo tumba, desde un corsario vikingo hasta un pene ávido de zambullirse en las profundidades de un coño desconocido.

Entre intentos fracasados de penetraciones, él medio flácido y ella reseca, y unos condones a los cuales no les encontraban la forma de desenrollarlos, Luis y Josefina se durmieron creyendo haber pasado la mejor noche de su reciente historia.

Al amanecer ninguno quería abrir los ojos para no confirmar con la mirada lo que al roce de los cuerpos se sabía: durmieron juntos. Finalmente él dio los buenos días y como buen anfitrión ofreció preparar café, algo de desayunar. Ella le dijo que estaba apurada, que aquello no estaba bien, que si “el licor”, que “qué pensarás de mí”, y toda aquella parafernalia femenina que busca convencer a los hombres de lo que ya no hace falta. Él la calmó, le dijo que estaba “bien”, que sólo se dejaron “llevar”, que a él le había “encantado” y que le “gustaría repetirlo”. Josefina sonrió como quien se toma una foto a sí mismo en picado con el teléfono celular.

Se supo atractiva por palabras de Luis y entendió que esa era su oportunidad de desquitarse de un fulano que no le hacía ver lo que realmente valía. Él entendió el mensaje y no tardó en dejar caer la toalla que tapaba su verga, ahora sí, bien dura, y ella lo recompensó soltando la sábana con la cual ocultaba sus pechos. Fue allí cuando realmente se contemplaron como Dios manda.

Comenzaron con besos profundos, de lengua entera, de labios chupados con fuerza, de mordidas suaves y vertiginosas. Luis no perdía oportunidad de acariciarle las nalgas, esas que tanto lo deslumbraban, de pasar sus dedos entre esas dos redondas piezas de carne y estimularla mientras ella le devolvía el gesto estregando su coño, sentada sobre el falo ardiente de su amante. Ambos, sin decirlo ni proponerlo, querían gozarse mutuamente, quizás pensando en la posibilidad de que aquel encuentro no se repitiera.

Luis le chupó las tetas a dos tiempos: suave con la punta de la lengua y fuerte con la boca entera. Ella le acarició y besó el pecho a él, lamió sus tetillas y las mordió con picardía mientras bajaba poco a poco buscando hacerle una felación. Al llegar al miembro viril, lo agarró con una mano en la base, mientras con la otra sobaba los testículos. Lo miró con ansias y se lo tragó a mamadas profundas y fuertes. Desde su posición, Josefina miró a su amante a los ojos y no encontró su mirada, puesto que la sensación que con la boca ella le generaba, él perdió el control de su cuerpo.

¡Eso sí es una mamada de huevo! Susurró Luis entre dientes mientras Josefina metía ambos testículos en su boca y a la vez acariciaba su rostro con el falo húmedo. Se golpeaba los labios y la lengua con el “látigo”, lamía desde la cabeza a la base y de la base a la cabeza, usaba los dientes, la garganta, y no temía lamer en los más recónditos rincones de la entrepierna de Luis. Él no hizo menos y se destacó brindándole a su invitada un derroche de sus mejores técnicas para comerse un coño. Luis supo que logró su cometido cuando al mirarla a la cara notó que los ojos de Josefina estaban volteados y los gemidos retumbaban en paredes y ventanas.

No jugaron con tantas posiciones. A esas alturas del sexo sólo querían acabar. Ella se montó sobre el hombre hundiendo el falo endemoniado de Luis en su coño. Subió, bajó, avanzó, retrocedió, se estregó, se meneó; le clavó las uñas en el pecho, gimió, se sacudió… ¡Orgasmo! Él no pedió el tiempo y la volteó. “Ponte en cuatro”, exigió, y ella dócilmente asumió la posición. Al fin la tenía como quería, con su trasero explayado, digno paisaje de los dioses. La penetró sin miramientos, arrebatado por la lujuria. Entró y salió, adelante y atrás, se meneó, la acarició, le dio una nalgada que sonó como música de ángeles. A ella le gustó. La tomó por las caderas y arremetió con firmeza. “¿Te puedo acabar adentro?”, preguntó con voz entrecortada por la cercanía del orgasmo. “No, quiero que lo saques, quiero sentir que me acabas sobre el culo”, rogó ella. Sus deseos fueron órdenes. Luego ambos se desvanecieron, durmieron otra siesta y se despidieron.

Y aunque insistan en culpar al alcohol, Josefina y Luis saben muy bien que durante el polvo mañanero ya del licor sólo quedaba el recuerdo.