viernes, 18 de julio de 2008

Soñé con una mujer


Soñé con una mujer, soñé con que me hacía vibrar con su sola presencia.


Con su mirada tierna, casi infantil, de ojos que mágicamente suavizan el impacto de sus formas esculturales. Piel de porcelana; negra y abundante cabellera y boca impactante, de labios llenos y un rojo natural increíblemente perfecto.

Es una mujer alta, de piernas firmes desde los tobillos hasta la redondez universal de sus glúteos. Desde allí hasta la cintura, una vertiginosa silueta de “reloj de arena” que explota en la impactante configuración de sus pechos, blancos pechos. Redondos. Grandes pechos.


La mujer de mi sueño tiene el cuello delgado y fuerte a la vez, espigado. En la parte superior de la espalda, donde nace la nuca, de vez en cuando, dependiendo de la posición de su cabeza, sobresalía levemente -de manera casi imperceptible- una vértebra. Parecerá una locura, pero ese ínfimo detalle, como otros que logré notar durante mi sueño, me produjo una sensación de vacío mezclado con hormigueo y estremecimiento de las extremidades, como un centellazo de lujuria que aceleró el torrente de mi sangre.


Detalles. Fueron los detalles los que me llevaron desde cero hasta la combustión completa de mis sentidos. Uno de estos rasgos es la forma como, cuando me hablaba suave y tierno, de vez en cuando tocaba la comisura izquierda de sus labios con la punta de la lengua. Lo hacía como un acto reflejo, algo involuntario, tal vez sin notar que lo hacía y sin saber lo que en mí provocaba.


Detalles. Vi detalles. Como un suave y minúsculo lunar entre sus dedos meñique y anular de la mano izquierda. Manos alargadas, dedos delgados, allí estaba la suave marca de nacimiento. También noté el tatuaje de una rosa. Pequeño, indeleble, en colores azulado y rojo. Era delicado, como delicada y divina es la zona donde estaba pigmentado: En la parte baja de su vientre, hacia la izquierda, perfecto vecino del sensual huesito de la cadera. Detalles. De recordarlos se me vuelven a estremecer las entrañas. La soñé.


Soñé con una mujer, soñé con que me hacía vibrar con su sola presencia.

miércoles, 2 de julio de 2008

¿Qué es un fanático?


Me declaro incompetente, no lo sé. Realmente dudo que el término “fanático” se aplique a mi persona, no lo he sido por ningún deporte, tendencia política, religión o artista. Pero he de reconocer mi admiración por un músico en especial, uno que, durante 18 años, ha estado a mi lado en las buenas y en las malas: Fito Páez.

Reconozco que, como pésimo “fans”, empecé tarde a escuchar su música, puesto que en 1990, cuando estaba en el mercado su séptima placa Tercer Mundo, yo escuché por primera vez Cable a tierra, una canción que grabó en su segundo trabajo discográfico, Giros (1985). Así comencé, oyendo sus temas y entendiendo su poesía, la cual fui haciendo mía según como la vida me fuera tratando.

Han habido temporadas cuando más lo he escuchado y seguido, otras más pausadas, pero siempre, desde que lo oí por primera vez, ha permanecido en mi walkman, repro de carro, equipo de sonido (siempre en formato “tape”, o cassette), luego los cedés y más recientemente en mi computador. Me ha inspirado en infinidad de oportunidades a aventurarme en inimaginables campañas románticas que, en la mayoría de las veces, me hice con el trofeo y cuando no salvé la batalla también me acompañó.

Luego de 18 años deseándola, el sábado 28 de junio de 2008 logré cumplir una de mis metas de vida: verlo en un concierto. Esta vez el escenario fue el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas. Debo decir que si Fito para mí ya era una estrella antes del 28J, a partir de esa sublime noche pasó a ser una constelación, más bien alguien cercano a ser un sistema solar. Al menos así lo veo yo.

Yo no sé qué es ser fanático, no sé si lo soy de Fito, pero haciendo un recorrido mental por las escenas más importantes de mi vida, puedo decir que durante 18 años, todas, absolutamente todas las veces que he muerto de amor, él ha estado conmigo para darme un abrazo y consolarme, y me ha enjugado las lágrimas para señalarme que la vida sigue. Igual hizo cuando, después de cada muerte, mi amor resucitó. Fito me señaló el camino a seguir. Con Fito Páez lloré, reí, me emocioné, me enamoré, me desilusioné y volví a enamorarme. Oyéndolo, mis labios se encontraron con tantos labios y acaricié tantos cabellos, añoré miradas del pasado soñando en tenerlas de nuevo, con su música como fondo muchas veces he hecho el amor y otras tantas sólo ha sido sexo. Me estimuló a escribir poesía (si es que acaso así se le puede llamar) y escogí el nombre de mi hija por Dejarlas partir, de su cedé Circo Beat (1994). El 28J fue un día gigante: vi a Fito en concierto.

Sigo sin saber si soy o no un fanático. Lo que sí sé es que estoy agradecido con la vida por haber nacido en mi generación, en la generación de Fito Páez. Pienso y trato de imaginar cómo habría sido mi vida si Fito no existiera y me atrevo a afirmar que, sin él, no habría sido una buena vida, o al menos no tan maravillosa como lo ha sido hasta ahora.

Por una anécdota del concierto del 28J sé que no debería darte las gracias, pero no pudo terminar este post, Fito, sin pronunciar esta sencilla frase: Gracias, loco.