lunes, 24 de marzo de 2008

Espinela de la derrota (Décima)



No sé cómo comenzar
a dejar de amarte tanto
si en medio de este quebranto
sólo me sale llorar.
Yo sólo te quiero amar
pues en ti lo aposté todo
y no encuentro ningún modo
de sacarte de mi alma,
ni de hallar sin ti la calma
o darle a mi vida acomodo.

No está en mí dar la sentencia
de quién tiene la razón
pues cuando habla el corazón
no hay cabida a la conciencia.
Tampoco hay hechizo o ciencia
que me pueda a mí aclarar
cómo dejarte de amar
sin protesto y de repente
y sacarte de mi mente
como un sueño al despertar.

Fueron días, fueron meses
de pasión inagotable,
de alcanzar lo inalcanzable
y hoy debo pagar con creces.
No es tu culpa, no mereces
que te endilgue este fracaso,
pues si mido, paso a paso,
cada error que cometimos,
encuentro que ambos perdimos
y culpar no tiene caso.

En este momento aciago
cuando me siento perdido
sólo una cosa te pido,
-si pedir no es demasiado-.
Porque sabes que te he amado
y que me amaste no te quito
un favor muy pequeñito
necesito yo de ti:
que no le hables mal de mí
a nuestro pequeño Ito-Ito.

Que aunque Vero a mí me vio
llorando nuestra ruptura
y con su inocente dulzura
mis lágrimas enjugó,
ella sola decidió
quererte como te quiere.
Wiwi, como quiera que fuere
ella quiere ser tu amiga
por eso, que Dios bendiga,
el amor que nunca muere.

jueves, 6 de marzo de 2008

3 “¿Tu sabes cuánto duele un tiro?” (De la serie Montaña rusa)

Parte 3 (y última)



Fueron minutos extraños hasta que el hombre regresó con mis tres tarjetas y todo el efectivo que logró sustraer de las cuentas, el equivalente al máximo de retiros diarios establecido “por seguridad” en la banca privada: 300 bolívares fuertes de cada una, para un total de Bs.F 900, el equivalente a 419 dólares americanos. El hombre me devolvió las tarjetas. Su intención no era despojarme de documentos como lo había advertido al principio del “Secuestro Express”, como le decimos acá en Venezuela, “Ronda Millonaria” o “Paseo Millonario” le dicen en algunas ciudades de Colombia y México, según he leído por allí.

Ya todo estaba por terminar, pensaba yo. Imaginé que pronto los ladrones harían trasbordo a algún vehículo cómplice y me dejarían volver a casa, sin dinero en los bancos, pero vivo y con mi camioneta como lo habían prometido. Pensaba en eso cuando comenzó la conversación más absurda que he tenido en mi vida. Creo que ni durante mi adolescencia rebelde, cuando fumaba algunas plantitas medicinales, había caído en una charla tan “sin sentido”.

-Pana, tu que eres periodista, ¿vas a escribir una noticia de este robo?- Preguntó el más joven. -¡Claaaaro! ¿Y cómo no hacerlo? Será una historia vívida, real. No podría ser más veraz, dado que yo soy la víctima. A mí nadie me está contando nada, esto lo estoy viviendo en carne propia. No hay manera de errar en los datos- contesté.
¿Y vas a contar todo, cómo lo vas a escribir? ¿Y eso se va a leer en El Tiempo (el periódico donde trabajo)?- insistió el chico.
-Pues sí, vale, va a salir en El Tiempo y, bueno, escribiré todo tal cual me ocurrió: la hora del suceso, el número de asaltantes, el modus operandi, el sitio donde me “entromparon”, las amenazas de muerte, el acuerdo al cual llegamos, los montos sustraídos de mis cuentas y el desenlace de la historia- le expliqué, de la manera más pedagógica posible, para que comprendiera lo que en periodismo llamamos la regla de las 5WH.
-¿Oíste, bicho, el pana va a escribir un reportaje del atraco y va a salir en El Tiempo- dijo el más joven dirigiéndose a su socio.
-¿En serio?- preguntó el hombre con tono de voz y cara de interesado en el tema, más bien emocionado por la idea de salir en el diario.
-¿Y qué nombre nos vas a poner?- preguntó el mayor, ya con cara de circunspecto, tal vez interesado en los detalles de la historia.
-No sé -dije- El nombre que tu quieras que te ponga. A ver, ¿cuál te gusta?– pregunté con una sonrisa de falso jefe de casting tratando de seducir a la modelo.
-Vale, pon que te atracó “el cacique”– dijo el hombre.
-¡Hey!... “el cacique” y “el tom”– espetó el muchacho en un claro reclamo de su cuota de protagonismo. El hombre lo miró con el ceño fruncido y mirada severa, devolvió la mirada al frente y sentenció: “¡No jodas! Qué ‘tom’ ni qué carajo. Que ponga que lo asaltó la banda de ‘el cacique’, y ya”, dijo con firmeza. Luego el silencio.

Pero la promesa de una reputación bien publicitada de gratis no fue suficiente oferta. Mis captores querían más, y ya no me quedaba más qué ofrecerles. No fue necesario que les hiciera una propuesta, aunque sabían que habían blanqueado mis cuentas, ellos quería más. “Fírmame cheques”, exigió el hombre. “De qué te van a servir”, le contesté y le expliqué que mis chequeras corresponden a las mismas cuentas que acababa de saquear. “Es muy poco dinero”, gritó golpeando el volante mientras conducía sin destino. Estaba molesto, decepcionado. Le parecía poca la cantidad de dinero, le parecía ilógico que, con mi camioneta y mi apariencia, no gozara de más solvencia. “Tu tienes dólares, joyas… dame más real, esto es muy poco”, se quejaba. “No tengo, se los juro”, les dije con serenidad, en tono de convicción. Poco después de estacionaron en un punto intermedio entre mi casa y el centro comercial dónde están los bancos. Registraron la Tucson más profundamente en busca de otras cosas que llevarse. Cargaron con alguna ropa que tenía y otros bienes menores, la chaqueta que llevaba puesta, un sombrero de Riohacha que me regaló mi madre y, de no ser porque llevaba zapatos viejos, me los habrían llevado.

La rabia y frustración del hombre iba en aumento, el más joven sólo escuchaba. Volvió a conducir y, a medio kilómetro de mi piso me exigió que me bajara de la camioneta. “¿¡Cómo es la verga!?” dije alzando la voz, en una muestra de rechazo por la propuesta. -No, no, no… un momento. ¿Qué es esto? ¿Y no recuerdas el trato que hicimos? Pues te lo recuerdo: dijiste que si colaboraba, que si no payaseaba, que si te daba ‘platica’ me ibas a dejar ir, que no querías la camioneta. Pues yo cumplí mi parte y exijo que cumplas la tuya- sentencié de manera firme.

“Mira mi pana –me dijo sosegado- tu dinero es muy poco, necesito la camioneta para hacer un trabajo. Bájate, vete a tu casa, no llames a la policía, no denuncies el robo del vehículo y te prometo que mañana encontrarás tu carro en el estacionamiento de Central Madeirense, el de Puerto La Cruz (un supermercado). No llames al gobierno, tu no sabes con quién estás hablando y si denuncias en seguida me van a llamar para avisarme. Te conviene no denunciar, porque, si lo haces, cuando la recuperes vas a pasar varios meses con el carro retenido en la Fiscalía y luego otro tanto para que lo borren de la pantalla del Sipol (Sistema de Información Policial). Vete a tu casa, estás cerca”.

Lo miré fijamente a los ojos, el no dejó de observarme mientras pensaba. No sé cuánto tiempo pasó mientras nos veíamos fijamente a los ojos, él leyó mi rabia. “No te creo, pero lo haré –dije calmado- Claro, como ustedes son los arrechos, los que andan armados, creen que pueden cambiar las reglas a su antojo. Yo soy un hombre y tengo palabra. Yo contaba con la tuya. Pero está bien, váyanse, llévense la camioneta y ojalá estés diciendo la verdad. No voy a denunciar, te voy a dar 24 horas. Pero eso sí: no vayas a matar a nadie utilizando mi camioneta porque así sí es verdad que me escoñetas la vida”. Abrí la puerta, salí, caminé unos pasos, detrás de mí escuché el chillar de las ruedas y sentí el olor de caucho quemado.

Lo que vino después lo voy a resumir diciendo que no cumplí mi promesa y, en menos de media hora, había una comisión de la policía rodeando mi camioneta en un sector marginal de la ciudad. Una llamada, una clave, y mi vehículo estaba de nuevo en mi poder. Los ladrones no estaban a bordo. La habían dejado cerrada, con la alarma armada, estacionada junto a varios carros al frente de un edificio, como si su conductor estuviera visitando a alguien en ese condominio. Luego el papeleo y ya. La pesadilla terminó.

Luego de eso, he meditado tanto. He pensado en tantas cosas. En los posibles desenlaces que esta historia pudo tener, los buenos y los fatales. Pienso en eso y todo se resume en un solo sentimiento, una sola pasión, una sola persona: mi Verónica Ámbar. No sé si lo que hice fue inteligente, si fui estúpido o simplemente afortunado. Sólo sé que mi hija me tendrá por una temporada más y yo a ella. No sé cómo es estar muerto, pero debe ser muy triste y solitario. Sin poder besar a Vero, sin oler sus pies cuando le quito los zapatos para que vea la televisión acostada en mi cama, sin desenredar su cabello, sin recibir sus “besos ametralladores” o sin poder jugar a las escondidas dentro del carro. Sin cepillar sus dientes separados o montarla sobre mis hombros cuando le “duelen los pies” de “tanto caminar”. Sin hacerle cosquillitas y recibirlas de ella, sin escuchar sus historias asombrosas de ranas y princesas. Sin asombrarme casa día por sus nuevas destrezas o su capacidad de negociar una Cajita Feliz de la cual casi nunca se come el contenido, sólo para quedarse con el juguete.

Después de lo ocurrido he pensado en volver a ser yo. No me parece mala idea ser un poco irresponsable en el trabajo si se trata de pasar más tiempo con mi hija. Y quién quita y tal vez hasta pueda renunciar a la esclavitud de la Sala de Redacción para darle más cantidad de tiempo a mi pequeña. Quizás deba aprovechar que estoy vivo, y vivir. No dejar mi mejor parte en la silla de la oficina. No tener que decirle a mi hija “no puedo porque debo trabajar”. Más bien tener un trabajo de gente, y no de dedicación exclusiva. Tal vez renuncie, tal vez deje de ejercer el periodismo, o al menos hacerlo de manera independiente. Quizás monte un bar, una cantina. Mi lugar soñado, donde pueda servir tragos de licor con receta original. Tal vez estudie Cocina, como tanto he querido, o Derecho, o lo que sea. A lo mejor vuelva a “mochilear”, tal vez viaje… tal vez viva mi vida, quizás recoja a ese Juan Luis Urribarrí que soñaba y hacía realidad sus sueños. Sé que en algún lugar del camino me debe estar esperando.

Ya para finalizar sólo me queda expresar que le agradezco a Dios por darme una nueva oportunidad de vivir, de estar con mi hija. Estar vivo es bueno, muy bueno. Quiero estar vivo lo suficiente para darle a Verónica Ámbar un poco más de mí y poder seguir disfrutando de su inmejorable compañía… Amén.