lunes, 26 de noviembre de 2007

Soledad (o este maldito sabor que no me deja)


Es de noche y no puedo dormir, tengo en la boca un sabor extraño, cobrizo. Que triste es ese sabor. El gustillo de la saliva que se descompone en la boca de tanto estar callado, de “tanto no tener” con quien hablar, de tanto estar solo, desierto. Aunque estar sin compañía no es tan malo, al menos no tienes que esperar por el baño ni hay quien se alarme por la tapa del excusado levantada, no tienes que hacer nada por quedar bien con alguien, todo lo haces por ti y para ti mismo: cocinas, te bañas, duermes, haces zapeo, flipeo o grazeo a tus anchas.

El aire acondicionado está frío, gracias a Dios. Me gusta cuando la habitación está helada porque siento que estoy en un ambiente espectral, como yo mismo. No hay nada que ver en la tevé… maldito sabor en la boca, déjame en paz, me harás desprenderme de las sábanas. Tengo sed. Tal vez si bebo agua logre apaciguar dos cosas a la vez: la resequedad de mi garganta y ese absurdo sabor a soledad que llevo pegado del paladar. Eres un bastardo, sinsabor.

Soledad. Una sola palabra, mil y tantos sentimientos. Dice el diccionario entre tus definiciones que eres una 4. “Tonada andaluza de carácter melancólico, en compás de tres por ocho”. 5. “Copla que se canta con esta música”. 6. “Danza que se baila con ella”. Soledad, eres música y hoy mi vida es una orquesta con coro y danzantes, toda una ópera.

Pero esto no es una queja. Si estoy solo es porque así lo quiero. Al menos lo estoy porque no hay nadie conmigo. Peor es estar solo auque se viva rodeado de gentes, aunque se comparta la cama con alguien, aunque se viva en una casa de diez habitaciones, todas llenas. Es peor esa soledad, aunque seguramente así no se llega a tener este insoportable sabor que hoy me agobia, pero ya se irá.

Que bueno es estar solo, y que triste es este sabor. Pero ya se irá.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Mostro

I

... Tono del teléfono...

- Padre...
- ¡Hiiiijo!
- La bendición papi.
- Dios te bendiga, hijo. ¡Veerga! Ya vos no me llamáis, vos nomás queréis a tu madre.
- Vos si exageráis. Mirá, ¿cómo te sentís de tus males? Me dijo mi mamá que te quedaste dormido manejando. ¿Cómo fue eso?
- Bueeeeej!!! Vos sabéis que yo siempre me paro tempranito, antes de las siete, y doy una vuelta a ver si hago unas carreritas. Ayer salí y cuando me paré en un semáforo me quedé dormido y ni cuenta me di, me despertaron los carros de atrás tocando corneta. ¿Habéis visto esa verga?¡Nojoda! Hijo, esta medicina del coño me tiene mal, ya no aguanto más.




y II




Alto, fuerte, cabellos plateados y frente amplia; manos grande y ordinarias, ásperas por el trabajo manual que en el transcurso de su vida ejecutó construyendo sus hogares; voz grave siempre en altos decibeles, de grito fácil; inteligente, definitivamente astuto… de sentido del humor inagotable, a veces sarcástico, a veces odioso, pero sentido del humor al final. Un sentido de la gracia que sólo se vio opacado en los últimos días de la guerra, cuando sus enemigos –muchos de ellos vencidos en el pasado- se reunieron en contubernio para ganarle lo que por separado no podían, y aún unidos no lo lograron.

Luchó solo: sin hoplitas, sin dory, xifos ni kopis; sólo una armadura construida con una aleación conformada por una mezcla de ganas de seguir viviendo, con nietos mingones e hijos con amor indubitable y, tal vez, de miedo a las sombras del Hades, ese destino de todos que desde siempre lo intrigó.

El primero que intentó doblegarlo, y casi lo logra, fue Neisseria meningitidis: un demonio que lo atacó atravesando con una flecha el casco de su armadura produciendo una herida progresiva que le invadió el cerebro y le recorrió la espalda por la espina dorsal. El veneno en la saeta lo hizo caer en el delirio de no coordinar sus ideas y perder el dominio del intelecto. Tras varios días de una riña sin cuartel, los facultativos decidieron dar su veredicto: “No hay recuperación”, dijeron. No podían estar más equivocados, y de eso se enteraron el día que, desde la Unidad de Cuidados Intensivos, él se levantó pidiendo algo de beber y exigiendo volver a casa. El Mostro rugió, volvió de los brazos de la muerte, primera batalla salvada.

Iracundos por el fracaso, los enemigos de Mostro asignaron la tarea de vencerlo a una especie demoníaca aparentemente infalible: Plasmacitoma maligno. Le ordenaron que le minara el esqueleto y eso hizo. Se metió en su sistema clavando su alfanje a traición por la espalda, dejando varios tumores en la médula ósea infectándolo. “Mieloma múltiple”, dijeron los de blanco, para luego invadirle el cuerpo con sustancias abrasivas que lo llevaron al borde más extremo del dolor y la agonía. Nunca dieron una esperanza firme de recuperación, pero Mostro resistió y un día cualquiera volvió a sorprender con un diagnóstico inesperado: las células excesivamente multiplicadas por aquel ser del averno en su afán por derrotar la fuerza del guerrero, habían vuelto a la normalidad. Segundo encuentro cara a cara con el óbito, segunda victoria, segundo renacimiento.

“Es de corazón fuerte”, descubrieron los siervos de Lucifer quienes decidieron enviar ante la presencia del Mostro a Aneurisma aórtico torácico, un vengativo y oscuro ser que intentó fundirle la mayor arteria del cuerpo con un solo golpe de su alabarda infectada de ponzoña. Tras un ataque desde el cielo, Mostro volvió a la UCI, los galenos, como si no supieran imprimir esperanzas, lo volvieron a desahuciar y se volvieron a equivocar, siempre lo hacen. Más sensible y debilitado sí, pero vivo y con la convicción de que aún no era su hora, él regresó. “¿Cuántas vidas me quedan?”, preguntó… “Pocas”, respondió preocupada Bichi, su ángel guardián. “Eso es suficiente”, sentenció él.

Los años siguieron pasando, las aguas corrieron bajo los puentes, las hojas del calendario se fueron desprendiendo y él seguía en esta vida a pesar del deseo de los demonios de arrastrarlo a la oscuridad. Cuando creyeron que Mostro estaba desprevenido, mandaron una nueva atacante: Úlcera gástrica. Ninguno de los anteriores fue tan sanguinario, tan maligno… Ninguno lo llevó tan cerca del borde de la muerte como ella, ninguno lo hizo sufrir tanto. Se le alojó en el centro del cuerpo y desde allí comandó la estrategia. La bestia hematófaga comenzó a secarle la sangre, la cual se le iba en incontables emesis y evacuaciones. Nunca antes Mostro se había visto tan cercano al final, pero no se entregó a pesar de la reiterativa y nuevamente equivocada sentencia médica de una muerte segura. Aunque nadie lo esperaba, volvió a ganar, volvió a renacer.

Y así era él: porfiado. Las cosas se hacían a su medida, a su discreción, al punto de que en 2007, la madrugada del 98º día del año del Calendario Gregoriano, mientras en Nazareno resucitaba, Mostro se despidió de esta dimensión poco después de tomar un baño, afeitarse y recostarse en su lecho para cerrar los ojos y no abrirlos jamás. Hizo el viaje (ese que no tiene retorno) sin cables ni mangueras, sin cardiógrafo ni vías, sin olor a trementina ni concierto de batas pesimistas. Sólo se durmió, partió al descanso merecido, ganó.





A la memoria de mi padre
Luis Ernesto Urribarrí Ludovic (25/8/1940 – 8/4/2007)